Estoy en Nueva York y ayer nevó. Que empiece de repente a nevar en cualquier ciudad me despierta una euforia sensacional como si lo que estuviera cayendo del cielo fueran bocadillos de jamón ibérico en vez de grumos de hielo.
En el Chelsea Hotel, el mismo olor que empalaga los pasillos se cuela en la habitación por las ranuras de la puerta. Es canela. Yo creo que los nuevos dueños la pulverizan por litros para camuflar el tufo a vicio que lo envolvió en sus mejores años, cuando Patti Smith y Bob Mappeltorphe se arrastraban por la moqueta o Leonard Cohen y Janis Joplin se encerraban en la cuarta planta a esnifar speed.
Los ascensores no tienen espejos. La belleza te mira desde las paredes con obras de artistas de todos los pelajes. Nueva York es más divertida desde su ‘Lobby Bar’, donde entran y salen continuamente especímenes que igual podrían dedicarse a operar tumores cerebrales que a deshollinar chimeneas en el Upper East Side (no es una floritura, los tengo enfrente). La chica negra y gorda que acompaña a las mesas lleva un mono de encaje rojo y el cabello afro peinado en forma de corazón.
Hay dos cosas que me atraen terriblemente de Nueva York:
Es la ciudad del mundo donde más gente acomodada triste he visto en mi vida. Gente que aparentemente tiene un buen trabajo, una casa bonita, un novio o novia, incluso hijos, pero remolca esa bola gris que les funde los ojos si rascas un poco. Esto, que parece inspirador para el que lo mira, no debe de serlo en absoluto para el que lo padece. Y no sé cuánta responsabilidad recae en la urbe, pero sospecho que algo tiene que ver con su métrica.
La facilidad para encontrar lo que sea, como sea. Por ejemplo, en los CVS Pharmacy o los Wallgreens, donde una hipocondríaca como yo babea ocupando las horas comprando medicamentos sin receta para cualquier clase de dolor. Hasta hay artilugios tan tremendos como test rápidos de ADN por menos de 20 dólares, que revelan con una fiabilidad del 90% (lo que supone un acercamiento bastante aceptable) si tu padre es tu padre. Solo con un pelo o una colilla. ¿Cuánta gente debe de vivir engañada por no tener tan a mano una prueba que se vende en la tienda de abajo, en la sección de ‘family planning’?. (Leí hace poco a un genetista que aseguraba que nos sorprenderíamos con la cantidad de personas que piden pruebas de paternidad con hijos ya criados y que resultan no coincidentes).
Nueva York no me cansa porque aún contiene el significado de mi memoria vital, de mi música, del cine y la tele, de los libros que me construyeron. Nueva York es un amigo de la infancia que es amante ‘perverso narcisista’ de alguien. Lo sabes, siempre lo supiste, pero duele tragártelo y que te lo recuerden.
Mi lista (personalísima) de Nueva York:
-Para hospedarme, el Chelsea Hotel, desde que lo reabrieron. En la planta baja, se puede cenar en el Café Chelsea, un lugar muy sensual, cálido y lleno de espejos. A través del pasillo, puedes entrar en el restaurante español El Quijote y beber vino aceptable. El Lobby Bar, para tomar una copa a cualquier hora. Es un espectáculo ver a los barmans trabajar. El hilo musical es grandioso.
-Otro lugar divertido por la noche es el Bemelmans Bar, en el Carlyle Hotel, con un magnífico piano man y una carta de grandes vinos (asumamos que no hay buena oferta de vinos en la ciudad; o son malos o son desmesuradamente caros).
-Me gusta caminar por Williamsburg, en Brooklyn. Un barrio que se puso de moda hace un tiempo y, aunque empieza a ser concurrido, sigue siendo agradable. Hay galerías y mercados interesantes para comprar arte emergente y restaurantes bonitos con cartas sencillas.
-Desayunar en Buvette, en el West Village, es un buen plan. Tienen café y huevos deliciosos. Las mesas son diminutas y está siempre lleno, pero merece la pena apretarse.
-Un buen sitio para ver en acción a músicos virtuosos es el Small Jazz Club, en el Greenwich Village. Siempre tocan bandas conocidas, abre hasta muy tarde y es una forma grata para acabar la noche.
-En el Oyster Bar, en Grand Central Terminal, para, por ejemplo, un domingo por la mañana. Las ostras y el sándwich de langosta más ricos de Manhattan.
-Me gusta el Fanellis Bar, en el Soho, para una noche de diario, con menú típico americano bien cocinado. Un lugar auténtico con un ambiente divertido.
-Me impresiona ver anochecer en el piso 101 del Peak Restaurant. Delante de tus narices, el Empire State se enciende poco a poco mientras se oscurece el cielo.
-También me gusta la imagen de Manhattan desde la isla Roosevelt. Cruzar hasta allí es divertido para los niños. Hay parques, puedes olvidar que pisas suelo yanqui y entonces levantas la vista y el skyline te deja muda. Es chocante.
-Para ir de compras, el Meatpacking es uno de mis barrios preferidos. Si estás por allí, puedes comer algo rápido en Takumi Taco, en el Chelsea Market, con un Margarita bien mezclado.
Muy buenas recomendaciones, gracias por compartir. ¡En Nueva York da igual el número de visitas que hagas como turista o la cantidad de años que lleves viviendo aquí que siempre descubres cosas nuevas!
Eso sí, el Oyster bar lleva lustros sin abrir los fines de semana, difícil lo de ir un domingo por la mañana ;-)
We are open Monday – Friday from 11:30 am to our last seating at 9:30 pm.
We are currently closed on Saturday and Sunday.
De Nueva York me gusta que se puede ir en metro a donde sea y a la hora que sea. Nunca olvidaré cuando me fui a trabajar a la media noche una vez, tomé el metro en la estación St. Nicholas (Manhattan), sin miedo, eso sí, caminando rapidito…