La noche que conocí a Lindsay llevaba un pelucón platino que le llegaba al coxis. Se apoyaba en una banqueta con alas de tela y agarraba con una mano un micrófono Elvis con una delicadeza hipnótica. Lindsay era una mujer trans con grumos de rímel en las pestañas postizas y una voz quebrada, con arena en la laringe, que te dejaba en el sitio. Llegó a Key West desde Santo Domingo, y se ganaba la vida cantando, como el padre habría querido. Se desprendió de la pena aparente cuando recorría en un taxi compartido los 182 km de Overseas Highway, la carretera infinita que une Miami con Cayo Hueso y, allí, encontró “un lugar normal”. Interpretó un bolero de Gardel que enmudeció al público. La abordé en la entrada del pequeño camerino. Fue seca y directa: “Solo soy una superviviente”. Vivía en un apartamento en el centro histórico del último cayo de Florida, a tres calles de la casa acordonada de Ernest Hemingway, rodeada de palmeras escuálidas y jardines húmedos, donde escribió ‘Tener y no tener’, una novela que habla de personas que sobreviven. Lindsay habría sido un personaje perfecto.
Key West parecía un lugar habitado por gente con arrojo. El sentimiento patriota de las banderas estadounidenses convivía con el orgullo de las banderas LGTBI enganchadas a las columnas de los porches de madera. Gays, lesbianas y transexuales de todo el mundo caminan sobre el arco iris pintado encima del alquitrán de los pasos de peatones y celebran cada año el World Pride. Hay ingenio en los escaparates de Duval Street, con bragas, máscaras y cabelleras de plumas multicolores. La cola para ver a Lindsay doblaba la esquina de la avenida. No había esa expectación en la casa museo de Hemingway.
Le pedí su contacto. Pregunté por lo que supuse menos intrusivo: sus redes sociales. Pero me sorprendió. No tenía Instagram, como la mayoría de mis amigos. La gente sin Instagram conserva un grado más de decoro. Es un alivio alternar con personas incapaces de frenar una conversación para tomarle una foto a un plato de comida o etiquetar sin permiso explícito a individuos anónimos. Pregunté, entonces, a Lindsay su nombre artístico, por si se me ocurría escribir. “Pon que me llamo ‘La novia de Hemingway’”, dijo riéndose. Saludadla de mi parte si alguna vez visitáis Key West. Pedidle un tema al micrófono: ‘Volver’. Notaréis el gusano.